domingo, 10 de marzo de 2019

Reencuentro


Despeinada y enfundada en una camisa tres tallas más grande, te miro somnolienta abrazando con mis manos la taza de colacao. Al intentar frotarme el sueño de los ojos quedan al descubierto mis muñecas y noto tus ojos posarse sobre las marcas casi extintas. Me miras de arriba abajo en un poco sutil escrutinio. Disimulo la sonrisa.
-Te he echado de menos- me dices intentando recomponerte mientras tu cerebro se atraganta entre preguntas y teorías. Yo te sonrío tiernamente ignorando el hecho de que ya hemos tenido esta conversación. Pero me conoces lo suficiente para notar cómo me muerdo la punta de la lengua. –Sí, lo sé, pero fui yo quien se fue.
-No iba a decir eso.- digo en casi en un susurro.
-Pero piensas muy alto.- apuntas con una media sonrisa.
Por un instante es 2012 y tenemos 19, somos los de siempre.
-Yo también te he echado de menos.- me atrevo a decir bajando el tono y la mirada. –Como a todos- apostilla mi conciencia mientras doy un trago corto y me quemo la lengua. Pero sé que es mentira. Que a ti siempre te eché de menos de otra forma.
-Te veo bien- intentas mantener la conversación sin tocar las minas que ya ni recuerdas bien donde están.
-Gané peso.- te informo tratando de no sonar demasiado orgullosa y callando la explicación,. No necesitas saber que él se ocupa de que coma. 
-¿Sigues en boxeo?- preguntas sin poder evitar pasar los ojos por mis labios que, como siempre, están curándose de la última vez que explotaron.
-Me tomé unos meses para recuperarme-murmuro mordiéndome instintivamente la carne aun tierna del labio inferior.
Alzas las cejas con  preguntas en los ojos y tiro de la camisa hacia abajo para disipar alguna de ellas.
-¿Recuperarte?- verbalizas con voz temblorosa.
-Fue una falsa alarma pero mi cerebro me jugó una mala pasada y aún tengo que reconstruirme- respondo con excesiva ambigüedad acariciando instintivamente mi vientre.
-No lo sabía...- farfullas llevándote el botellín de cerveza a los labios.
-Nadie lo sabía- me apresuro a explicar.- A nadie le importaba en realidad. Tú estabas lejos...con ella, ¿por qué iba a importarte?- trato de no caer en nuestra dinámica de reproches, pero me encojo en el asiento visiblemente a la defensiva.
-Tienes razón- reconoces con esfuerzo- Aunque tú siempre importas.- añades titubeante.
Que mal se nos ha dado siempre esto. Mi necesidad de oír las cosas en voz alta y tu manía de darlas por sabidas nos han hecho más daño que todos los inexistentes motivos que has buscado para alejarte a lo largo de estos años.
-¿Por qué ahora?- me atrevo a preguntar-¿Se ha ido?
Pones cara de que acabe de darte un bofetón pero sin la sonrisa de después.
-Sí, pero no es eso...- te apresuras a defenderte.- Sabes que no soy capaz de alejarme tanto tiempo...
-El imán- intento sonreír mirándote con dulzura.
No hemos venido a discutir.
Esto no es una guerra.
Hace mucho que no.
-Sé que es absurdo, pero nunca nos hemos regido demasiado por el sentido.- dices con un intento de sonrisa igual de fallido que el mío.
-Es esa parte de ti que cree que al final acabaremos juntos y que por eso tampoco es necesario que permanezcas a mi lado. Que el imán acabará poniendo todo en su sitio. Mientras esperas, intentas aspirar a más y cada vez que te chocas contra la realidad vuelves para asegurarte de que sigo aquí.-te expongo con calma parándome para beber.- Esa misma parte que hace que te entre miedo cuando por casualidad te enteras de que el otro lado de mi cama está ocupado.
 -Ojalá pudiera desmentir tus palabras respaldándome en hechos- te limitas a decir.
Buscas mi mano sobre la mesa y yo te la agarro distraídamente dejándome acariciar mientras miro por el cristal de la cafetería.
-Puedes estar tranquilo. – Se me escapa un murmullo.- Seguramente él tampoco tenga intención de regalarme un anillo.
-¿Le quieres? – increpas acercando nuestras manos a ti.
-Yo siempre les quiero- aprieto tu mano antes de soltarla-Pero como si eso importara.
Reconozco en tus ojos el dolor que te causa mi pesadumbre.
-No te preocupes, sabes que no son cosas graves, que mi carácter siempre ha sido lánguido- trato de animarte.
Acercas tu silla a la mía para acariciarme la mejilla.
-Lo siento- murmuras
-Este no era el plan, lo sé- me concentro en no estallar en llanto.
-¿Sabes que te quiero? ¿Verdad?- vuelves a repetir.
Te miro con ternura y esta vez soy yo quien acaricia tu rostro.
-El problema aquí nunca ha estado en lo que yo sé, si no en lo que tú llevas 10 años tratando de entender.
Cierras los ojos, tembloroso. Si fueras valiente este es el momento en el que llorarías. 
La voz de Joaquín envuelve la escena a modo de incorrecta banda sonora.
-¿Pagamos?- pregunto sin descolgar.
Asientes. Nos levantamos y cada uno paga su consumición. Caminamos hasta tu parada con el silencio instalado entre los dos.

El momento ha vuelto a pasar.
Mi móvil vuelve a sonar.
Quizá dentro de otros 10 años.
Probablemente no. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario