viernes, 10 de mayo de 2019

Epílogo alternativo.


Han pasado suficientes años para no saber hasta dónde llega la casualidad de que estés aquí esta noche. Por eso no puedo poner la mano al fuego afirmando que recuerdes que este era nuestro bar.
Creo que aún no me has visto pero yo no he podido dejar de mirarte por encima del cuello de la jirafa de cristal con la que revuelvo mi gintonic. Pareces uno de esos sueños que aún tengo a veces, cuando duermo solo. Con ese vestido negro que se cruza en tu pecho y se abraza a tu cintura. En la oscuridad no puedo mirar a los ojos al tigre, pero sé que él me está mirando.
Termino mi copa sin apartar la vista de tus movimientos, y una sonrisa acude a mis labios cuando una idea cruza mi mente. Me inclino sobre la barra levemente y le cuento al camarero. Él me mira con una ceja alzada pero asiente.
La canción termina. Yo me acerco a una distancia prudencial para contemplar la caída de tu falda de vuelo que se mece con tus caderas perfectamente sincronizadas con la música. Comienza a sonar esa canción y cierras los ojos. Mueves la cabeza levemente hacia atrás, donde solía estar mi hombro, mientras sigo acercándome, despacio. Mis ojos se quedan fijos en tu trasero. No sabes que te estoy mirando y, aun así, me estas hipnotizando. Todavía lejos de rozarte acompaso mis pies a los tuyos. El ruido reina impidiéndome oír tu voz, pero sin verte la cara veo moverse tus labios recitando los versos de la canción. Para el estribillo ya estoy detrás de ti. Te tengo delante, con el aroma de tu pelo en mi nariz y tu cuerpo casi rozándome en cada uno de tus movimientos.
 Jaque.
Me sincronizo contigo y un segundo antes de que te percates de mi presencia elevo un poco la voz para cantar contigo esa frase por encima del ruido. La sincronía hace que siguiendo al compás de tu pulso mi corazón también se salte un latido en la eterna milésima en la que decides no girarte.  Recorres de espaldas el paso que nos separa y el imán de nuestras caderas se encarga del resto. Sé, por la cara de tus amigas, que tienes los ojos cerrados pero una media sonrisa en los labios. Mi mano cruza por tu vientre en dirección a tu cadera, tanteo la curva y busco la tuya. Con un giro suave que hace flotar tu falda alrededor te tengo de frente. No me dices nada. Sólo cantas y me miras, clavas tus ojos en los míos haciendo saltar una chispa. Un destello de magia, sin trucos. Esa en la que siempre fui yo el aprendiz.  Pestañeo sin poder ni querer apartar la vista de tus pupilas, y el resto del bar ha desaparecido. Nos hemos raptado y ahora bailamos en una zona con sitio suficiente para desatarnos. Quizá la gente que no somos capaces de ver nos este mirando. Seguro que el camarero cree que le he mentido.
Da igual.
Sentimos acabar de inventar la máquina del tiempo. Pero la canción está empezando a desvanecerse y aflojo los brazos a tu alrededor con el miedo a que tú también lo hagas. Una duda asoma tu mirada mientras las notas del inicio de un nuevo tema devoran a las finales del anterior. Pero la suerte esta de mi parte, o de la nuestra. Me percato de lo que está sonando y buscas con la mirada a las que un día quisieron cantar esto en nuestra boda. Ellas han sido la suerte. Giras sobre tus punteras recorriendo mi brazo con tu cintura. Ya nadie nos mira. Bailamos lento, recuperando la calma aparente mientras nuestros corazones siguen galopando. Nos confundimos con cualquier pareja del bar que haya entrado de la mano y vaya a volver a una cama compartida. Se me agolpan las palabras en la boca enredándose con mi miedo y mis ganas de besarte. Como siempre eres más rápida, más valiente. Te pones de puntillas y me besas.
Mate.

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