domingo, 20 de octubre de 2019

Los domingos contigo cuando no estas


Paseo por la casa con los pies congelados y la sonrisa tonta que me cosiste a la boca en nuestro último beso. No había pensado conscientemente en ti desde que me levante y te busqué un segundo entre las sábanas. Sin embargo llevo semanas sintiendo tu espíritu por la casa. Creo que el gato te echa de menos, no me lo ha dicho, pero lleva tres días durmiendo en el que quiero  que se convierta definitivamente en tu lado de la cama. Pienso en lo mucho que te odio mientras salto a la siguiente canción y busco unos calcetines. No recuerdo la última vez que me sentí tan estúpida. Comienzan a sonar los acordes de esa canción y sacudo la cabeza. La idea de que tenemos que ir a bailar juntos me asalta una vez más. Canturreo respetando tu parte y nos imagino llegando agotados de bailar y beber toda la noche, comiéndonos a besos entre bostezos y arrastrándonos hasta la cama para hacérnoslo rápido, violento, agotando nuestras últimas fuerzas. O bailando por casa, a medio vestir, medio dormidos, medio cachondos, dejando que fuera se acabe el sábado mientras nosotros nos comportamos como si no existiera más mundo que mi habitación. Suspiro y miro el móvil aun a sabiendas de que no habrá mensajes tuyos. Los días como hoy son los que más raros se me hacen, cuando me encuentro totalmente feliz a pesar de que ni nos vemos, ni hablamos. No soy capaz de rememorar esta sensación antes de que me sucedieras, creo que es otra de esas cosas que tú has inventado. No pienso en que estarás haciendo ahora mismo, más bien en la de cosas que tendrás para contarme a la vuelta. Bailo lento la siguiente canción con Kaiki en brazos. Ronronea fuerte cuando le acaricio entre las orejas. Diría que es más feliz desde que vienes de vez en cuando a traerle chuches, pero creo, que lo que ocurre es que le divierte verme flotar. Oigo la lluvia contra los cristales y no puedo evitar repasar mentalmente la lista de pelis que vamos a devorar ahora que llega el invierno. Me envuelvo en la manta y casi puedo oler las palomitas. Pero no hay prisa. Porque será por días como este, y será por inviernos como el que viene. Sólo son ganas. Todas las del mundo. Es extraño. Lo cierto es que podrías pasarte otra semana más allí o pasártela encerrado conmigo en el cuarto. Lo segundo me haría significativamente más feliz durante el proceso pero siento que lo primero sería solo una corta espera. Le pregunto al gato y no obtengo respuesta por su parte. Quizás se está hartando de lo llena de cosas que tengo la cabeza desde que pienso simultáneamente en mi, en ti y en nosotros. Miro el reloj antes de encender la tele. Las siete y media. Igual es buena hora para llamar a Laura. Paseo por la casa escuchándola hablar del congreso en el que anda, le hablo de nuestro último finde juntos y disfruto de sus burlas. Me cuelga para reunirse con su cita y yo sonrío deseando que esta sea la buena. Me han dado las nueve. Debería escribir algo de la tesis antes de cenar pero sólo quiero tragarme una comedia romántica. Últimamente me siento especialmente empática hacia las protagonistas. En la puerta del salón un maullido me recuerda que es hora de ponerme con la cena. Preparo unos San Jacobos para mí y vierto una lata en su bol. Reveo por quinta vez la versión con zombis de mi clásico favorito. Me mandas una foto de tu cena mientras me pongo el pijama. Podría acostumbrarme también, me digo mientras me meto en la cama. Quiero hacerlo. Estoy deseando que todas las versiones de los domingos que estamos diseñando se conviertan en mis definiciones de domingo. Todas. Desde en las que me duermo con la cabeza en tu regazo mientras maratoneamos una serie hasta esas súper fancy de las que bromeábamos antes de querernos. Todas. Incluida ésta en la que me meto sola en cama con Kaiki y un libro mientras tú cenas en un coreano con tus amigos a muchos kilómetros.

viernes, 10 de mayo de 2019

Epílogo alternativo.


Han pasado suficientes años para no saber hasta dónde llega la casualidad de que estés aquí esta noche. Por eso no puedo poner la mano al fuego afirmando que recuerdes que este era nuestro bar.
Creo que aún no me has visto pero yo no he podido dejar de mirarte por encima del cuello de la jirafa de cristal con la que revuelvo mi gintonic. Pareces uno de esos sueños que aún tengo a veces, cuando duermo solo. Con ese vestido negro que se cruza en tu pecho y se abraza a tu cintura. En la oscuridad no puedo mirar a los ojos al tigre, pero sé que él me está mirando.
Termino mi copa sin apartar la vista de tus movimientos, y una sonrisa acude a mis labios cuando una idea cruza mi mente. Me inclino sobre la barra levemente y le cuento al camarero. Él me mira con una ceja alzada pero asiente.
La canción termina. Yo me acerco a una distancia prudencial para contemplar la caída de tu falda de vuelo que se mece con tus caderas perfectamente sincronizadas con la música. Comienza a sonar esa canción y cierras los ojos. Mueves la cabeza levemente hacia atrás, donde solía estar mi hombro, mientras sigo acercándome, despacio. Mis ojos se quedan fijos en tu trasero. No sabes que te estoy mirando y, aun así, me estas hipnotizando. Todavía lejos de rozarte acompaso mis pies a los tuyos. El ruido reina impidiéndome oír tu voz, pero sin verte la cara veo moverse tus labios recitando los versos de la canción. Para el estribillo ya estoy detrás de ti. Te tengo delante, con el aroma de tu pelo en mi nariz y tu cuerpo casi rozándome en cada uno de tus movimientos.
 Jaque.
Me sincronizo contigo y un segundo antes de que te percates de mi presencia elevo un poco la voz para cantar contigo esa frase por encima del ruido. La sincronía hace que siguiendo al compás de tu pulso mi corazón también se salte un latido en la eterna milésima en la que decides no girarte.  Recorres de espaldas el paso que nos separa y el imán de nuestras caderas se encarga del resto. Sé, por la cara de tus amigas, que tienes los ojos cerrados pero una media sonrisa en los labios. Mi mano cruza por tu vientre en dirección a tu cadera, tanteo la curva y busco la tuya. Con un giro suave que hace flotar tu falda alrededor te tengo de frente. No me dices nada. Sólo cantas y me miras, clavas tus ojos en los míos haciendo saltar una chispa. Un destello de magia, sin trucos. Esa en la que siempre fui yo el aprendiz.  Pestañeo sin poder ni querer apartar la vista de tus pupilas, y el resto del bar ha desaparecido. Nos hemos raptado y ahora bailamos en una zona con sitio suficiente para desatarnos. Quizá la gente que no somos capaces de ver nos este mirando. Seguro que el camarero cree que le he mentido.
Da igual.
Sentimos acabar de inventar la máquina del tiempo. Pero la canción está empezando a desvanecerse y aflojo los brazos a tu alrededor con el miedo a que tú también lo hagas. Una duda asoma tu mirada mientras las notas del inicio de un nuevo tema devoran a las finales del anterior. Pero la suerte esta de mi parte, o de la nuestra. Me percato de lo que está sonando y buscas con la mirada a las que un día quisieron cantar esto en nuestra boda. Ellas han sido la suerte. Giras sobre tus punteras recorriendo mi brazo con tu cintura. Ya nadie nos mira. Bailamos lento, recuperando la calma aparente mientras nuestros corazones siguen galopando. Nos confundimos con cualquier pareja del bar que haya entrado de la mano y vaya a volver a una cama compartida. Se me agolpan las palabras en la boca enredándose con mi miedo y mis ganas de besarte. Como siempre eres más rápida, más valiente. Te pones de puntillas y me besas.
Mate.

domingo, 10 de marzo de 2019

Reencuentro


Despeinada y enfundada en una camisa tres tallas más grande, te miro somnolienta abrazando con mis manos la taza de colacao. Al intentar frotarme el sueño de los ojos quedan al descubierto mis muñecas y noto tus ojos posarse sobre las marcas casi extintas. Me miras de arriba abajo en un poco sutil escrutinio. Disimulo la sonrisa.
-Te he echado de menos- me dices intentando recomponerte mientras tu cerebro se atraganta entre preguntas y teorías. Yo te sonrío tiernamente ignorando el hecho de que ya hemos tenido esta conversación. Pero me conoces lo suficiente para notar cómo me muerdo la punta de la lengua. –Sí, lo sé, pero fui yo quien se fue.
-No iba a decir eso.- digo en casi en un susurro.
-Pero piensas muy alto.- apuntas con una media sonrisa.
Por un instante es 2012 y tenemos 19, somos los de siempre.
-Yo también te he echado de menos.- me atrevo a decir bajando el tono y la mirada. –Como a todos- apostilla mi conciencia mientras doy un trago corto y me quemo la lengua. Pero sé que es mentira. Que a ti siempre te eché de menos de otra forma.
-Te veo bien- intentas mantener la conversación sin tocar las minas que ya ni recuerdas bien donde están.
-Gané peso.- te informo tratando de no sonar demasiado orgullosa y callando la explicación,. No necesitas saber que él se ocupa de que coma. 
-¿Sigues en boxeo?- preguntas sin poder evitar pasar los ojos por mis labios que, como siempre, están curándose de la última vez que explotaron.
-Me tomé unos meses para recuperarme-murmuro mordiéndome instintivamente la carne aun tierna del labio inferior.
Alzas las cejas con  preguntas en los ojos y tiro de la camisa hacia abajo para disipar alguna de ellas.
-¿Recuperarte?- verbalizas con voz temblorosa.
-Fue una falsa alarma pero mi cerebro me jugó una mala pasada y aún tengo que reconstruirme- respondo con excesiva ambigüedad acariciando instintivamente mi vientre.
-No lo sabía...- farfullas llevándote el botellín de cerveza a los labios.
-Nadie lo sabía- me apresuro a explicar.- A nadie le importaba en realidad. Tú estabas lejos...con ella, ¿por qué iba a importarte?- trato de no caer en nuestra dinámica de reproches, pero me encojo en el asiento visiblemente a la defensiva.
-Tienes razón- reconoces con esfuerzo- Aunque tú siempre importas.- añades titubeante.
Que mal se nos ha dado siempre esto. Mi necesidad de oír las cosas en voz alta y tu manía de darlas por sabidas nos han hecho más daño que todos los inexistentes motivos que has buscado para alejarte a lo largo de estos años.
-¿Por qué ahora?- me atrevo a preguntar-¿Se ha ido?
Pones cara de que acabe de darte un bofetón pero sin la sonrisa de después.
-Sí, pero no es eso...- te apresuras a defenderte.- Sabes que no soy capaz de alejarme tanto tiempo...
-El imán- intento sonreír mirándote con dulzura.
No hemos venido a discutir.
Esto no es una guerra.
Hace mucho que no.
-Sé que es absurdo, pero nunca nos hemos regido demasiado por el sentido.- dices con un intento de sonrisa igual de fallido que el mío.
-Es esa parte de ti que cree que al final acabaremos juntos y que por eso tampoco es necesario que permanezcas a mi lado. Que el imán acabará poniendo todo en su sitio. Mientras esperas, intentas aspirar a más y cada vez que te chocas contra la realidad vuelves para asegurarte de que sigo aquí.-te expongo con calma parándome para beber.- Esa misma parte que hace que te entre miedo cuando por casualidad te enteras de que el otro lado de mi cama está ocupado.
 -Ojalá pudiera desmentir tus palabras respaldándome en hechos- te limitas a decir.
Buscas mi mano sobre la mesa y yo te la agarro distraídamente dejándome acariciar mientras miro por el cristal de la cafetería.
-Puedes estar tranquilo. – Se me escapa un murmullo.- Seguramente él tampoco tenga intención de regalarme un anillo.
-¿Le quieres? – increpas acercando nuestras manos a ti.
-Yo siempre les quiero- aprieto tu mano antes de soltarla-Pero como si eso importara.
Reconozco en tus ojos el dolor que te causa mi pesadumbre.
-No te preocupes, sabes que no son cosas graves, que mi carácter siempre ha sido lánguido- trato de animarte.
Acercas tu silla a la mía para acariciarme la mejilla.
-Lo siento- murmuras
-Este no era el plan, lo sé- me concentro en no estallar en llanto.
-¿Sabes que te quiero? ¿Verdad?- vuelves a repetir.
Te miro con ternura y esta vez soy yo quien acaricia tu rostro.
-El problema aquí nunca ha estado en lo que yo sé, si no en lo que tú llevas 10 años tratando de entender.
Cierras los ojos, tembloroso. Si fueras valiente este es el momento en el que llorarías. 
La voz de Joaquín envuelve la escena a modo de incorrecta banda sonora.
-¿Pagamos?- pregunto sin descolgar.
Asientes. Nos levantamos y cada uno paga su consumición. Caminamos hasta tu parada con el silencio instalado entre los dos.

El momento ha vuelto a pasar.
Mi móvil vuelve a sonar.
Quizá dentro de otros 10 años.
Probablemente no.