Paseo por la casa con los pies congelados y la sonrisa tonta
que me cosiste a la boca en nuestro último beso. No había pensado
conscientemente en ti desde que me levante y te busqué un segundo entre las sábanas. Sin embargo llevo semanas sintiendo tu
espíritu por la casa. Creo que el gato te echa de menos, no me lo ha dicho,
pero lleva tres días durmiendo en el que quiero
que se convierta definitivamente en tu lado de la cama. Pienso en lo
mucho que te odio mientras salto a la siguiente canción y busco unos calcetines.
No recuerdo la última vez que me sentí tan estúpida. Comienzan a sonar los
acordes de esa canción y sacudo la cabeza. La idea de que tenemos que ir a
bailar juntos me asalta una vez más. Canturreo respetando tu parte y nos
imagino llegando agotados de bailar y beber toda la noche, comiéndonos a besos
entre bostezos y arrastrándonos hasta la cama para hacérnoslo rápido, violento,
agotando nuestras últimas fuerzas. O bailando por casa, a medio vestir, medio
dormidos, medio cachondos, dejando que fuera se acabe el sábado mientras
nosotros nos comportamos como si no existiera más mundo que mi habitación. Suspiro
y miro el móvil aun a sabiendas de que no habrá mensajes tuyos. Los días como
hoy son los que más raros se me hacen, cuando me encuentro totalmente feliz a
pesar de que ni nos vemos, ni hablamos. No soy capaz de rememorar esta
sensación antes de que me sucedieras, creo que es otra de esas cosas que tú has
inventado. No pienso en que estarás haciendo ahora mismo, más bien en la de
cosas que tendrás para contarme a la vuelta. Bailo lento la siguiente canción
con Kaiki en brazos. Ronronea fuerte cuando le acaricio entre las orejas. Diría
que es más feliz desde que vienes de vez en cuando a traerle chuches, pero creo,
que lo que ocurre es que le divierte verme flotar. Oigo la lluvia contra los
cristales y no puedo evitar repasar mentalmente la lista de pelis que vamos a
devorar ahora que llega el invierno. Me envuelvo en la manta y casi puedo oler
las palomitas. Pero no hay prisa. Porque será por días como este, y será por
inviernos como el que viene. Sólo son ganas. Todas las del mundo. Es extraño.
Lo cierto es que podrías pasarte otra semana más allí o pasártela encerrado
conmigo en el cuarto. Lo segundo me haría significativamente más feliz durante
el proceso pero siento que lo primero sería solo una corta espera. Le pregunto
al gato y no obtengo respuesta por su parte. Quizás se está hartando de lo
llena de cosas que tengo la cabeza desde que pienso simultáneamente en mi, en
ti y en nosotros. Miro el reloj antes de encender la tele. Las siete y media.
Igual es buena hora para llamar a Laura. Paseo por la casa escuchándola hablar
del congreso en el que anda, le hablo de nuestro último finde juntos y disfruto de
sus burlas. Me cuelga para reunirse con su cita y yo sonrío deseando que esta
sea la buena. Me han dado las nueve. Debería escribir algo de la tesis antes de
cenar pero sólo quiero tragarme una comedia romántica. Últimamente me siento
especialmente empática hacia las protagonistas. En la puerta del salón un
maullido me recuerda que es hora de ponerme con la cena. Preparo unos San
Jacobos para mí y vierto una lata en su bol. Reveo por quinta vez la versión
con zombis de mi clásico favorito. Me mandas una foto de tu cena mientras me
pongo el pijama. Podría acostumbrarme también, me digo mientras me meto en la
cama. Quiero hacerlo. Estoy deseando que todas las versiones de los domingos
que estamos diseñando se conviertan en mis definiciones de domingo. Todas.
Desde en las que me duermo con la cabeza en tu regazo mientras maratoneamos una
serie hasta esas súper fancy de las que bromeábamos antes de querernos. Todas.
Incluida ésta en la que me meto sola en cama con Kaiki y un libro mientras tú
cenas en un coreano con tus amigos a muchos kilómetros.
domingo, 20 de octubre de 2019
viernes, 10 de mayo de 2019
Epílogo alternativo.
Han pasado suficientes años para no saber hasta dónde llega
la casualidad de que estés aquí esta noche. Por eso no puedo poner la mano al
fuego afirmando que recuerdes que este era nuestro bar.
Creo que aún no me has visto pero yo no he podido dejar de mirarte por encima del cuello de la jirafa de cristal con la que revuelvo mi gintonic. Pareces uno de esos sueños que aún tengo a veces, cuando duermo solo. Con ese vestido negro que se cruza en tu pecho y se abraza a tu cintura. En la oscuridad no puedo mirar a los ojos al tigre, pero sé que él me está mirando.
Termino mi copa sin apartar la vista de tus movimientos, y una sonrisa acude a mis labios cuando una idea cruza mi mente. Me inclino sobre la barra levemente y le cuento al camarero. Él me mira con una ceja alzada pero asiente.
La canción termina. Yo me acerco a una distancia prudencial para contemplar la caída de tu falda de vuelo que se mece con tus caderas perfectamente sincronizadas con la música. Comienza a sonar esa canción y cierras los ojos. Mueves la cabeza levemente hacia atrás, donde solía estar mi hombro, mientras sigo acercándome, despacio. Mis ojos se quedan fijos en tu trasero. No sabes que te estoy mirando y, aun así, me estas hipnotizando. Todavía lejos de rozarte acompaso mis pies a los tuyos. El ruido reina impidiéndome oír tu voz, pero sin verte la cara veo moverse tus labios recitando los versos de la canción. Para el estribillo ya estoy detrás de ti. Te tengo delante, con el aroma de tu pelo en mi nariz y tu cuerpo casi rozándome en cada uno de tus movimientos.
Creo que aún no me has visto pero yo no he podido dejar de mirarte por encima del cuello de la jirafa de cristal con la que revuelvo mi gintonic. Pareces uno de esos sueños que aún tengo a veces, cuando duermo solo. Con ese vestido negro que se cruza en tu pecho y se abraza a tu cintura. En la oscuridad no puedo mirar a los ojos al tigre, pero sé que él me está mirando.
Termino mi copa sin apartar la vista de tus movimientos, y una sonrisa acude a mis labios cuando una idea cruza mi mente. Me inclino sobre la barra levemente y le cuento al camarero. Él me mira con una ceja alzada pero asiente.
La canción termina. Yo me acerco a una distancia prudencial para contemplar la caída de tu falda de vuelo que se mece con tus caderas perfectamente sincronizadas con la música. Comienza a sonar esa canción y cierras los ojos. Mueves la cabeza levemente hacia atrás, donde solía estar mi hombro, mientras sigo acercándome, despacio. Mis ojos se quedan fijos en tu trasero. No sabes que te estoy mirando y, aun así, me estas hipnotizando. Todavía lejos de rozarte acompaso mis pies a los tuyos. El ruido reina impidiéndome oír tu voz, pero sin verte la cara veo moverse tus labios recitando los versos de la canción. Para el estribillo ya estoy detrás de ti. Te tengo delante, con el aroma de tu pelo en mi nariz y tu cuerpo casi rozándome en cada uno de tus movimientos.
Jaque.
Me sincronizo contigo y un segundo antes de que te percates
de mi presencia elevo un poco la voz para cantar contigo esa frase por encima del ruido. La sincronía hace que siguiendo al
compás de tu pulso mi corazón también se salte un latido en la eterna milésima
en la que decides no girarte. Recorres
de espaldas el paso que nos separa y el imán de nuestras caderas se encarga del
resto. Sé, por la cara de tus amigas, que tienes los ojos cerrados pero una
media sonrisa en los labios. Mi mano cruza por tu vientre en dirección a tu
cadera, tanteo la curva y busco la tuya. Con un giro suave que hace flotar tu
falda alrededor te tengo de frente. No me dices nada. Sólo cantas y me miras,
clavas tus ojos en los míos haciendo saltar una chispa. Un destello de magia,
sin trucos. Esa en la que siempre fui yo el aprendiz. Pestañeo sin poder ni querer apartar la vista
de tus pupilas, y el resto del bar ha desaparecido. Nos hemos raptado y ahora
bailamos en una zona con sitio suficiente para desatarnos. Quizá la gente que
no somos capaces de ver nos este mirando. Seguro que el camarero cree que le he
mentido.
Da igual.
Sentimos acabar de inventar la máquina del tiempo. Pero la
canción está empezando a desvanecerse y aflojo los brazos a tu alrededor con el
miedo a que tú también lo hagas. Una duda asoma tu mirada mientras las notas
del inicio de un nuevo tema devoran a las finales del anterior. Pero la suerte
esta de mi parte, o de la nuestra. Me percato de lo que está sonando y buscas
con la mirada a las que un día quisieron cantar esto en nuestra boda. Ellas han
sido la suerte. Giras sobre tus punteras recorriendo mi brazo con tu cintura. Ya
nadie nos mira. Bailamos lento, recuperando la calma aparente mientras nuestros
corazones siguen galopando. Nos confundimos con cualquier pareja del bar que
haya entrado de la mano y vaya a volver a una cama compartida. Se me agolpan
las palabras en la boca enredándose con mi miedo y mis ganas de besarte. Como
siempre eres más rápida, más valiente. Te pones de puntillas y me besas.
Mate.
domingo, 10 de marzo de 2019
Reencuentro
Despeinada y enfundada en una camisa tres tallas más grande, te miro somnolienta abrazando con mis manos la taza de colacao. Al intentar
frotarme el sueño de los ojos quedan al descubierto mis muñecas y noto tus ojos
posarse sobre las marcas casi extintas. Me miras de arriba abajo en un poco
sutil escrutinio. Disimulo la sonrisa.
-Te he echado de menos- me dices intentando recomponerte
mientras tu cerebro se atraganta entre preguntas y teorías. Yo te sonrío
tiernamente ignorando el hecho de que ya hemos tenido esta conversación. Pero
me conoces lo suficiente para notar cómo me muerdo la punta de la lengua. –Sí,
lo sé, pero fui yo quien se fue.
-No iba a decir eso.- digo en casi en un susurro.
-Pero piensas muy alto.- apuntas con una media sonrisa.
Por un instante es 2012 y tenemos 19, somos los de siempre.
-Yo también te he echado de menos.- me atrevo a decir
bajando el tono y la mirada. –Como a todos- apostilla mi conciencia mientras
doy un trago corto y me quemo la lengua. Pero sé que es mentira. Que a ti
siempre te eché de menos de otra forma.
-Te veo bien- intentas mantener la conversación sin tocar
las minas que ya ni recuerdas bien donde están.
-Gané peso.- te informo tratando de no sonar demasiado orgullosa
y callando la explicación,. No necesitas saber que él se ocupa de que coma.
-¿Sigues en boxeo?- preguntas sin poder evitar pasar los
ojos por mis labios que, como siempre, están curándose de la última vez que
explotaron.
-Me tomé unos meses para recuperarme-murmuro mordiéndome
instintivamente la carne aun tierna del labio inferior.
Alzas las cejas con preguntas en los ojos y tiro de la camisa
hacia abajo para disipar alguna de ellas.
-¿Recuperarte?- verbalizas con voz temblorosa.
-Fue una falsa alarma pero mi cerebro me jugó una mala
pasada y aún tengo que reconstruirme- respondo con excesiva ambigüedad
acariciando instintivamente mi vientre.
-No lo sabía...- farfullas llevándote el botellín de cerveza
a los labios.
-Nadie lo sabía- me apresuro a explicar.- A nadie le
importaba en realidad. Tú estabas lejos...con ella, ¿por qué iba a importarte?-
trato de no caer en nuestra dinámica de reproches, pero me encojo en el asiento
visiblemente a la defensiva.
-Tienes razón- reconoces con esfuerzo- Aunque tú siempre
importas.- añades titubeante.
Que mal se nos ha dado siempre esto. Mi necesidad de oír las
cosas en voz alta y tu manía de darlas por sabidas nos han hecho más daño que
todos los inexistentes motivos que has buscado para alejarte a lo largo de
estos años.
-¿Por qué ahora?- me atrevo a preguntar-¿Se ha ido?
Pones cara de que acabe de darte un bofetón pero sin la
sonrisa de después.
-Sí, pero no es eso...- te apresuras a defenderte.- Sabes
que no soy capaz de alejarme tanto tiempo...
-El imán- intento sonreír mirándote con dulzura.
No hemos venido a discutir.
Esto no es una guerra.
Hace mucho que no.
Esto no es una guerra.
Hace mucho que no.
-Sé que es absurdo, pero nunca nos hemos regido demasiado
por el sentido.- dices con un intento de sonrisa igual de fallido que el mío.
-Es esa parte de ti que cree que al final acabaremos juntos
y que por eso tampoco es necesario que permanezcas a mi lado. Que el imán
acabará poniendo todo en su sitio. Mientras esperas, intentas aspirar a más y
cada vez que te chocas contra la realidad vuelves para asegurarte de que sigo
aquí.-te expongo con calma parándome para beber.- Esa misma parte que hace que
te entre miedo cuando por casualidad te enteras de que el otro lado de mi cama
está ocupado.
-Ojalá pudiera
desmentir tus palabras respaldándome en hechos- te limitas a decir.
Buscas mi mano sobre la mesa y yo te la agarro distraídamente
dejándome acariciar mientras miro por el cristal de la cafetería.
-Puedes estar tranquilo. – Se me escapa un murmullo.-
Seguramente él tampoco tenga intención de regalarme un anillo.
-¿Le quieres? – increpas acercando nuestras manos a ti.
-Yo siempre les quiero- aprieto tu mano antes de
soltarla-Pero como si eso importara.
Reconozco en tus ojos el dolor que te causa mi pesadumbre.
-No te preocupes, sabes que no son cosas graves, que mi
carácter siempre ha sido lánguido- trato de animarte.
Acercas tu silla a la mía para acariciarme la mejilla.
-Lo siento- murmuras
-Este no era el plan, lo sé- me concentro en no estallar en
llanto.
-¿Sabes que te quiero? ¿Verdad?- vuelves a repetir.
Te miro con ternura y esta vez soy yo quien acaricia tu rostro.
-El problema aquí nunca ha estado en lo que yo sé, si no en
lo que tú llevas 10 años tratando de entender.
Cierras los ojos, tembloroso. Si fueras valiente este es el
momento en el que llorarías.
La voz de Joaquín envuelve la escena a modo de incorrecta
banda sonora.
-¿Pagamos?- pregunto sin descolgar.
Asientes. Nos levantamos y cada uno paga su consumición. Caminamos
hasta tu parada con el silencio instalado entre los dos.
El momento ha vuelto a pasar.
Mi móvil vuelve a sonar.
Quizá dentro de otros 10 años.
Probablemente no.
El momento ha vuelto a pasar.
Mi móvil vuelve a sonar.
Quizá dentro de otros 10 años.
Probablemente no.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)