miércoles, 12 de noviembre de 2025

A hombros

 Peores plazas hemos toreado y hemos salido a hombros...


Siempre decías esa frase con un gesto de orgullo en el rostro. Cada vez que las cosas se ponían difíciles me recordabas aquello. Yo había oído la primera parte muchas veces, pero la segunda resultaba nueva a mis oídos. Y aquella segunda parte lo cambiaba todo. Los tiempos no solo habían sido peores, si no que habíamos salido victoriosos. Insistías en ello cada vez. 

Pero era yo quien lavaba la sangre del traje de luces que siempre elegías rojo o negro para disimularlas. El resto te veían en las peores plazas, saliendo a hombros, pero era yo quien te cambiaba el vendaje, quien dormía en aquel sillón incómodo del hospital. 

Sí, salías a hombros de las peores plazas cada vez. Pero jamás recuperaste toda la movilidad del hombro después de aquella cogida. Te llevaste las dos orejas, el rabo pero nunca volviste a alcanzar la balda de arriba. Y aún así repetías aquella condenada frase. 

Tampoco hablabas de todas las marcas blancas que recorrían tu cuerpo. Cada vez eran más. Yo, que me pasé horas curándolas lo sé. Nunca me molestó que cada año llevara más tiempo besar cada una de las cicatrices que aquellas plazas de las que insistías haber salido a hombros te habían dejado. Aunque se me encogía el alma con cada cornada. 

Pero de eso no hablabas. Supongo que le quitaba optimismo a la frase. 

Hace apenas 48 horas volvías a estar allí. Saliendo a hombros por la puerta de la plaza. Porque la cornada no había sido para tanto. Pero la sangre empapó la venda, y el traje. Y hubo que correr a urgencias. 

Espero sepas perdonarme que eligiera aquella frase para tu tumba.